Una opinión válida

Una opinión válida


Hoy he cumplido dos años prestando servicio en este recóndito lugar, y aún así cada mañana al despertar me asombra su belleza. Suelo sentarme a beber mi café recién colado por Manuela en el portalón y desde allí observo la sierra.
La primavera ha bordado los campos, los rayos del sol son como cálidas láminas de oro que caen sobre ellos. ¡Cuánta belleza! Pronto cumpliré el tiempo de pasantía y aunque ha sido duro trabajar con los lugareños, extrañaré la belleza salvaje que rodea este paraje.

Uno de esos días en que el julepe era insoportable llegué a casa más muerto que vivo —todavía no me acostumbro a cabalgar en mula—. Tomé un baño y me metí en la cama. Trataba de conciliar el sueño cuando sentí que tocaban a la puerta, —me apresuré a abrir.
En el umbral hay un hombre largo, flaco y desgarbado, de escasos y blancos cabellos, ¡mi hija médico gritó!, está muy mala, necesito que la vea.
—Calma buen hombre, le dije, —pase usted,  me tomará unos minutos vestirme. Al rato me encontraba otra vez a pelo de mula.
Llegando a la choza, el anciano me tomó del brazo y me llevó adentro, ¡mírela usted médico, está muy enferma!
La paciente yacía en un camastro, al verme llegar me sonríe—,  pienso que es una sonrisa de alivio— seguro está pensando ¡ha llegado mi salvador, caray, de esta no me muero!

Hemos cabalgado por más de treinta y cinco minutos para llegar hasta este bajareque y no estoy seguro si la podré ayudar. A simple vista no detecto ninguna herida. Será necesaria una revisión exhaustiva.

Con destreza abro mi maleta de trabajo y reviso mi instrumental. Todo está en su lugar.
No imaginé encontrar un cuadro tan agudo.
Lo que está en este maletín es todo con lo que cuento para primeros auxilios y tratamientos simples; gasas, algodón, alcohol, termómetro, tijeras , agujas, pinzas y algunas soluciones antisépticas, uno que otro antibiótico inyectable, ah, y el estetoscopio.

Su sonrisa de dientes disparejos me deja entrever una boca en la que faltan muchas muelas. Me asalta una duda ¿cómo es posible que pueda triturar la carne? Porque los campesinos comen mucha carne, mucha —eso es lo que más abunda en la zona, se dedican a la cría de reces.
Ella no apesta pero sus ropas son viejas y gastadas, —¡tiene mucha fiebre! digo al retirar el termómetro.
Le pregunto a su madre, la vieja que me mira con ojos esperanzados. ¿Desde cuándo tiene fiebre y dolor, señora? !Pobre mujer, no sé si será suficiente lo que puedo hacer por su hija!

—Mire usted médico me responde la anciana, hace como unos diez días, —!eso es mucho tiempo!, —le explicó.
Comienzo a auscultar a la paciente, le palpo el vientre, ella gime, su cuerpo desprende el mismo vapor que un campo de caña quemado antes del corte. Después de las preguntas pertinentes, doy mi diagnóstico.

—Señora,  me dirijo a la anciana, es el riñón, creo que hay que operar, la fiebre de tantos días me indica que hay una infección, quizás lo mismo que ha tenido antes, según lo que usted me ha referido, —pudieran ser cálculos.  ¿Cálculos, qué es eso médico? Ella ha tenido piedras, usted sabe, piedras de riñón. Exhalo un profundo suspiro y sonrío, es lo mismo señora,  le explico calmado, ¡no quiero que se sienta ofendida!
—Pero, yo creo que con reposo, comida y algún remedio que usted le de ella puede mejorar, no hay necesidad de llevarla al pueblo.
—Señora, respondo, —su hija está grave, puede morir. La mujer me mira con mala cara.

Aparece un mocetón en escena, —es el hijo, él también tiene una opinión. Su abuela le explica mi diagnóstico. ¿Qué hay que operar?, —grita, —usted está loco doctor,  ella no tiene nada malo. Le he preguntado a mi amiga Natalia ella sabe mucho de estas cosas, es camarera, pero su madre también ha estado enferma y se curó con remedios.

—¿Además, hay otros médicos?, !no! —se dirige a su abuela.

—Si, mijo, pero están muy lejos— le responde la vieja.

La enferma se retuerce y pide la bacinilla quiere vomitar, comienza a gritar, —médico por favor cúreme, sálveme médico.

Me siento abrumado ante este cuadro, ¿cómo hacerles comprender? con un pañuelo enjugo el sudor que corre por mi calva, corro hacia ella y le ayudo a incorporarse, tratando de que no se ahogue en sus propios fluidos.

—¡Hay que llevarla al pueblo ahora o morirá de la infección! —sentencio.

Se hace un silencio pesado y tenso. La enferma vomita una y otra vez, convulsiona, se agita, y se queja, no puede soportar el dolor.

—La vieja me grita, —apártese médico,  si no va ayudar entonces no estorbe.

Mientras vomita, siento el tintineo de los cálculos cayendo en la bacinilla.
Me recuerda el sonido de las monedas al caer en mi alcancía de lata cuando era niño, me gustaba imaginar que por arte de magia un día amanecería llena, <<entonces me podría comprar los zapatos nuevos>> los míos ya no tenían puntas.
Vuelvo a la realidad, observó la bacinilla, casi está llena de piedras, la vieja sostiene a su hija por los hombros y el mocetón, << el amigo de Natalia>> se ha quedado mudo, inerte, parece no tener sangre en las venas, no hay un rasgo de humanidad en su cara.
Mi mirada va de él a la vieja, de la vieja a la paciente y de la paciente al lánguido viejo, “él es el único que no tiene una opinión”  La vieja recuesta a su hija sobre la almohada,  —está agotada— susurra, hay que dejarla dormir.
Me dirijo a ella, le tomo el, pulso, doy mi diagnóstico final, —no, señora, no duerme, su hija ha muerto.

Todos los Derechos Reservados.

2015.

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