NOCHE DE LUNA

NOCHE DE LUNA

Era una noche negra sin más luz que la de las estrellas, lejanas y ópacas. Teodora caminaba rumbo a su casa cuando sintió un aullido.
—¡Qué absurdo, pensó!, rechazando el pensamiento que la asaltó. Por aquí no hay lobos, debe ser otro animal, tal vez un perro salvaje. Aún así apretó el paso, no quería llegar después de las diez. Deseaba llevar la noche en paz, ya tenía bastante con el duro día de trabajo que había tenido.
Si su marido supiera lo difícil que era su patrona no la molestaría tanto con esos celos absurdos. Por supuesto que se demoraba en el viaje de regreso, pero no por lo que él pensaba, sino por lo mucho que tenía que andar después de bajarse del autobús. Si él le hubiera hecho caso, otra cosa sería.
Cuando se decidieron a construir la casita ella le había pedido:
—Romualdo esperemos un tiempo más solo el justo para tener un poco más de dinero ahorrado y comprar un terrenito más cerca del pueblo, a fin de cuentas si hemos esperado dos años en casa de mi madre, podemos esperar tres, a ella no le molestamos.
Pero él como siempre hizo su santa voluntad, y ahora peleaba cada noche por el mismo tema, “lo tarde que ella llegaba a casa”
—Ya sabes que no quiero seguir esperando, fue su respuesta. —Me urge tener mi espacio. Necesito un lugar para mis herramientas y para mi camión, además no tenemos intimidad aquí. Yo quiero un hijo. ¿Cómo se supone que te vas a embarazar? Siempre que estamos en medio de nuestros quehaceres sexuales estás con el Jesús en la boca, preocupada porque se escuche el ruido y no me dejas concentrarme. Y eso fue todo, del tema del terreno no se habló más.

Esa era la razón por la que la pobre mujer tenía que andar sola un camino de casi treinta minutos después de haber viajado en autobús una media hora. Era un camino solitario y oscuro, que solo se alumbraba con los astros y el reflejo de los escasos vehículos que por allí transitaban.
Teodora nunca había sentido miedo, pero hoy ese aullido le había puesto los pelos de punta. Ya cerca del recodo por el que se llegaba a su casa lo escucho otra vez, aceleró la marcha, solo le quedaban unos treinta metros cuando apareció la luna en el firmamento iluminando todo su entorno, ¡qué hermosa luna llena! válgame Dios, suspiro aliviana Teodora, —aunque sea un poco de luz, pero acto seguido volvió a sentir el terrible aullido y entre la maleza vio unos ojos amarillos que la observaban fijamente.
Se quedó quieta, paralizada por el miedo, no se atrevía ni a respirar, esperando la ocasión para echarse a correr. No lo pensó dos veces corrió a todo lo que le daban las piernas, pero era incapaz de emitir sonidos, quería gritar, pedir auxilio pero no lograba articular palabra.
Sintió como algo grande y pesado se abalanzaba sobre ella mordiéndola ferozmente en un brazo, en las piernas, arrancando su carne a jirones. Ella se defendía como podía dando patadas y piñazos, pero su adversario era un gran lobo, de dos metros de largo, de pelambre amarillo y fauces asesinas.
Finalmente el lobo la asió por la garganta destrozándola de un solo mordisco. Teodora quedó inerte, entonces la fiera la arrastro bosque adentro camino a su madriguera para poder disfrutar de tan deliciosa presa.

En la casa Romualdo esperaba con ansias la llegada de su mujer para que le sirviera la cena. Ya estaba de muy mal humor, la tardanza de Teodora era un tema que debía terminar de una vez por todas.
—!Hoy le pongo remedio a esto, aunque la tenga que encerrar bajo llave! –dijo en voz alta. Aquí hay algo muy raro, no voy ha esperar que me caigan los cuernos del cielo.
Yo no soy tonto, se repetía a sí mismo, no sería ni la primera ni la última que engaña a su marido, pero las horas pasaron y Teodora no apareció.

Al amanecer Romualdo se dirigió en su camión al trabajo de su mujer para preguntarle a la señora Florinda.

—No, aquí no está, — le respondió la mujer, y me extrañó que no se presentara hoy, ella jamás llega tarde. Ayer como siempre se marchó a las siete y treinta.


—¡Lo sabía! —se dijo para sus adentros, sabía que me engañaba. A estas horas ya debe estar muy lejos con su amante, y yo seré el hazme reír del pueblo.

DerechosReservados
Biblioteca del Congreso
9/2016. 

Deje un comentario

Your email address will not be published.