La Calabaza

La Calabaza


Me parece que fue ayer, pero no. Han pasado muchos años desde aquellos días en que amanecía en casa de mis padrinos Otilia y Pepe. Es un recuerdo muy ligado a mis raíces como cubana por la calabaza. Sí, la que ellos me obligaban a comer porque, según ella, —la mujer que comía calabaza tenía buenas piernas— Que conste, yo jamás me la comí y no me han faltado los piropos. Mi madrina, por el contrario, no puede decir lo mismo a pesar de los atracones que se daba.
Recuerdos como este son para mí la esencia de Cuba, y de ser cubanos. Exagerados, bulliciosos, y comedores de calabaza hervida con mojo, un plato que posiblemente no coma nadie más en este continente.


Tenía solo cinco años pero la imagen aún está clara en mi memoria. Amaneceres llenos de boleros que sonaban en un viejo tocadiscos más alto que yo, y mi madre bailando en la cocina. En las tardes nos íbamos al Club Ferretero, donde además de tostarnos al sol, ella continuaba bailando boleros en la matiné. ¡Cuánto disfrutaba bailando!


Ahora cuando recuerdo mi país, pienso que se ama tanto el suelo donde naces por todo lo que él guarda de tus memorias, porque es imposible volver la vista atrás, a lo que fue tu vida y no pensar en Cuba.
Como olvidar las vacaciones de verano en la casa de la playa de Guanabo, y el olor rancio de la cafetería de la esquina donde cada día mi hermana y yo comprábamos pan con croquetas, o croquetas al plato cuando no había pan.
Y cómo arrancar del recuerdo las comilonas en la casa de mi abuela con su insuperable arroz con pollo dominguero, y las tardes con los primos en el patio jugando al —chucho escondido—, esperando que abuela terminara de hacer (melcochas trenzadas), y se sentará junto a nosotros para contarnos historias; como la del huracán Flora que azotó a Cuba en (1963), que se llevó su árbol de aguacates, del que ahora solo quedaba un pedazo de tronco de donde pendían sus orquídeas.


Y que decir de los viajes a la finca del abuelo para pasar con él unas vacaciones. Aquel, que ahora era anciano, pero que llegó a Cuba desde Canarias siendo muy joven y se instaló en aquel monte y que, de la ciudad sabía muy poco. Todavía hoy lo identifico con el delicioso aroma a café recién tostado que invadía todos mis sentidos y el chisporroteo de la manteca de cerdo cayendo sobre el carbón, cuando su mujer, calentaba las masas fritas para desayunar.
Son los olores y sabores que recuerdo los que me hablan de mi patria, una Cuba que ya solo existe en la memoria; como aquellas tardes de helado y cine, en el Trianon, con mi tío Ñico; el benjamín de la familia, y yo con mis escasos diez años, todavía con motonetas, pensando que cuando creciera me casaría con él. Simpático y contador de chistes, es él, hasta el día de hoy el tío más adorado por todas sus sobrinas.
Eso y mucho más era mi Cuba, tierra de música y bailes, aunque también una tierra un poco salvage donde los hombres arreglaban sus diferencias a puñetazos, y las mujeres eran coquetas y buenas cocineras.
Quizás esa Cuba qué conocimos nunca regrese, pero esa es la que deseo recordar; el olor acre del tabaco recién torcido de mi abuela, el olor a sudor de mis tíos al volver de la faena del campo, y el perfume de la cebolla y los ajos en la cocina de mi madre, y aquel olor a mar que envolvía todo el barrio donde nací.
Para mí ligados a la patria están mi madre, mis abuelos, mis primos, —amigos inseparables de mi infancia—, y los olores y sabores (como el de la calabaza que aprendí a comer de adulta) que aún conservo, eso es Cuba para mí. Y esa soy yo.

Estoy hecha de todos esos recuerdos, todo en un solo ser que no se resigna a que nos hayan robado el futuro, pero que como dice un viejo refrán, —que nos quiten lo bailado—, porque nuestra vida está hecha de recuerdos, y esos no nos lo quita nadie. !Qué viva la calabaza con mojo!

Febrero 2019

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