La princesa valiente

La princesa valiente

Mamá por favor cuéntame un cuento—, pidió Valentina a su madre

—¿Cuál quieres hoy?, ¿qué te parece el de la hormiguita que cruza el río para ayudar a sus amigas? O tal vez prefieres que te lea el de meñique.
—No mamá, no quiero ninguno de esos cuentos, ya me los sé de memoria, quiero uno nuevo. Inventa uno, así como haces con las canciones.
—!Vaya, me das una tarea difícil!
—Por favor, por favor, suplicó Valentina.
—¿Y cuál sería el tema que te gustaría?
—El de una princesa.
—Ah, ya veo, dijo su madre, y sonrió.
Bueno, pensó Teresa, tendré que ingeniármelas. Se dirigió a la cama de su hija y le acarició la cara, —me dejas un ladito—, le pidió, se recostó junto a ella y tomándole la mano comenzó.
Hace mucho, pero muchos años, vivía en un pueblo escondido entre montañas una princesa, Valentina que así se llamaba, era la niña más hermosa que los montañeses jamás habían visto.
—Mamá interrumpió la niña, ¿le has puesto mi nombre?
—Ah, ah, no es así, yo te puse tu nombre por ella.
—Está bien, —continúa mamá.

Valentina vivía con sus hermanos y su papá, su madre había muerto cuando nació su último hermano. Así que la niña de solo diez años cuidaba al pequeño Julio, ayudaba a su papá con los animales, cocinaba y limpiaba la casa. Ya no podía asistir a la escuela por todas las obligaciones que tenía, pero en las noches encendía una vela y leía los libros que guardaba como tesoros, se los habían regalado sus padres y su maestra.
Le encantaba leer, y soñaba con ser escritora, para poder contar historias a los niños.

Sus hermanos mayores trabajaban en el campo con su padre, y solo regresaban a casa en las tardes.
Durante el día Valentina permanecía sola con Julio, realizaba tareas como ordeñar las vacas, recoger los huevos, darle de comer a las gallinas y sacaba agua del pozo para los quehaceres.

El brocal del pozo era una armazón de piedras, y en uno de sus lados tenía una cigüeña con la que subía y bajaba la cubeta de agua. Valentina era muy baja y casi no alcanzaba al brocal, así que hacía un gran esfuerzo para cumplir con esta tarea. Una mañana se le ocurrió que si apilaba unas piedras alcanzaría mejor, así lo hizo y resultó, pero al verse reflejada en el fondo del agua cristalina se entristeció, Valentina no tenía pelo, lo había perdido con sus fiebres.

Muy pocas veces había salido Valentina de sus tierras, el pueblo más cercano estaba a dos horas de camino, y solo tenían una vieja carreta con un caballo. Recordaba lejanamente la impresión que le causaron las calles y las casas del pueblito, ¡eran tan bonitas! un día quería vivir allí, lastima que esa vez pudo ver poco. La habían llevado al hospital pues estaba muy enferma con unas fiebres muy altas y su madre le había dicho a su padre —, ¡o la llevamos al doctor del pueblo o la niña no resistirá, son muchos días de fiebre!

Sabía porque se lo había contado su madre que estuvo cuatro meses allí hospitalizada pero ella solo tenía siete años, le quedaban muy pocos recuerdos de esos eventos, y su madre hacía dos años que había partido al cielo.
Al pueblo solo bajaban su padre y su hermano mayor una vez al mes por provisiones. Después de eso, nunca más tuvo la oportunidad de visitarlo, y tampoco se enfermó, creció fuerte y sana, pero su cabello nunca volvió a salir, aunque el doctor aseguró que en algún momento la niña recuperaría su cabellera.
La mamá de Valentina en un gesto de compasión eliminó todos los espejos de la casa, no deseaba que a cada paso, la niña viera su figura reflejada, aunque Valentina era consciente de ello, pero aún así era duro aceptarlo.

Su padre se empeñó en que su hija no se sintiera disminuida ante nada, la enseñó como si fuera un varón a cazar, cortar madera, y a disparar la escopeta.
—No solo te servirá para cazar, —mi bella princesa— le explicó un día mientras le daba una clase de tiro, también para defenderte, si fuera necesario. ¿Y como iba a imaginar que tendría que utilizarla muy pronto? Desde pequeña su padre siempre la llamó así y la verdad es que le daba gusto sentirse la princesa de su casa.
Sucedió que un día en que estaba alimentando a las gallinas, vio a un desconocido entrando en el corral de los cerdos, pero la princesa Valentina no se amedrentó ante el extraño, por el contrario … —espera mamá, no sé qué quiere decir esa palabra.
—Es igual que decir que no tuvo miedo, —respondió Teresa y continuó.
Sin pensarlo dos veces fue por su escopeta y lo enfrentó, disparó varias veces al aire como advertencia. El hombre espantado salió corriendo.
Al contarle a su padre, este la abrazó y le dijo—, siempre has sido una niña muy valiente, tú madre me lo dijo cuando estuviste enferma. —¡Valentina demostró mucho valor en el hospital, nunca se quejó— Elio!, y eso me hizo sentir muy orgullosa de ella.
Te adoro hija eres mi más grande tesoro— le dijo su padre.
Valentina sonrió. Estaba muy feliz por su hazaña, había defendido su casa y a los cerditos.
—En recompensa, —le dijo su padre, te llevaré al pueblo, te compraré un vestido nuevo, y libros de cuentos, también visitaremos al Dr. quiero saber si hay algo que podamos hacer para que tú pelo crezca.
—Gracias papá—, respondió emocionada Valentina, y sus grandes ojos oscuros se humedecieron.

—!Pero mamá, ella es muy feliz!, ¿será qué, no tener pelo no le importa mucho?—preguntó la niña.
—Quizás no es lo más importante para ella, —respondió Teresa.
En el momento en que Teresa iba a continuar con la historia de la princesa Valentina, se descorrió la cortina y una enfermera sonriente apareció delante de ellas.

—, Señorita Valentina —dijo haciendo una reverencia—, debemos pasar al otros salón.

—Mamá, le susurró Valentina a su madre en el oído. —Espérame aquí, regreso en cuanto termine mi tratamiento, quiero saber si a la princesa Valentina le crecerá el cabello con algo que le mande su doctor, porque quizás también yo pueda usar ese remedio cuando salgamos del hospital.

Septiembre 20/2018

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